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jueves, 28 de mayo de 2015

La cadena.



  No sé muy bien desde cuando la tengo, quizá nací con ella al igual que un cordón umbilical. Aunque creo que en realidad la tenemos todos, no sólo yo.

  Es una cadena muy bonita, caliente cuando hace frío, fría cuando hace calor, brillante y resplandeciente. Una cadena que te hace sentir orgullosa de llevarla y con la cual te sientes cómoda y tranquila.

  Un día la cadena se estropeó un poco. Me dio mucha pena, pero tras pensarlo y meditarlo decidí arreglarla. Le puse por eslabón un trocito de alambre y seguí con ella puesta. No era muy visible la reparación, sólo yo sabía de aquel trocito de alambre, porque de vez en cuando me rozaba un poco la piel. Pero era mi cadena y seguiría con ella.

  Otro día se le rompió un eslabón entero, así, sin más. ¿Y qué podía hacer? ¿Tirarla? No, era mi cadena. Así que busqué el alambre que tenía guardado y decidí hacer un nuevo eslabón. Se notaba un poco el apaño pero sobre todo lo notaba yo, ya que la rozadura cada vez era más grande.

  Pasó el tiempo y seguí con mi cadena, tenía sus arreglos en buenas condiciones y las rozaduras se convirtieron en pequeños callos. Dolía, pero menos.

  Llegó un día en el que, sin comerlo ni beberlo, cayeron al suelo varios eslabones. Todos partidos por la mitad como si los hubiese atravesado un rayo. Para arreglarla estaba más complicado pero con tiempo y un poco de paciencia conseguí volver a rehacer la cadena. Aunque esta vez no solo dolía, también me ahogaba, todos los eslabones no los pude hacer y quedó bastante más corta. Se notaba bastante que era una cadena arreglada por varias partes pero igualmente seguía siendo mi cadena así que, seguiría con ella.

  Costaba mucho respirar. Las heridas sangraban a menudo. Las lágrimas fluían solas cuando nadie miraba. Mi cadena... mi cadena era mi condena.

  Una tarde de paseo caí en un pozo un poco profundo y necesité de mi cadena para salir. Pero al ir a utilizarla como salvavidas comenzaron a clavarse todos y cada uno de los alambres que yo había puesto. Uno tras otro se clavaron hasta lo más hondo dejándome sin aliento.

  Conseguí mitigar un poco el dolor para poder pensar con claridad.
Sí, era mi cadena.
Sí, llevaba muchos años conmigo.
Sí, fue bonita durante mucho tiempo.
Pero... ¿y ahora? Ahora sólo me produce dolor.

  Cogí la cadena con las dos manos aguantando la respiración, tiré de ella firmemente, no sin antes dejarme graves heridas, y la dejé caer al fondo del pozo.
  La sangre se derramaba tiñendo todo lo que me rodeaba, pero el peso de la cadena no me iba a lastrar hacia el fondo con ella.
  Un esfuerzo más, un impulso más y... conseguí salir del pozo.

  Queda cicatrizar del todo las heridas y un aprendizaje:

  ¡NO MÁS CADENAS!


Disfruta de la vida
que no merece la pena
ahogarse en lo más hondo
por culpa de una cadena.

1 comentario:

  1. Fuera lastres...no mas cadenas....preciosa reflexión guerrera..muackkk

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